Un
rayo de sol danzó por la habitación aproximándose inexorablemente a la cama
donde dormía John Harriman, pareció disfrutar la vista del último instante de
sueño del capitán antes de posarse con decisión sobre su cara. El cambio de
iluminación lo despertó, se sentía totalmente relajado y extrañamente feliz. El
bar de la estación Marte se le antojaba muy lejos y la noche anterior se le hacía
remota y borrosa. Después de que Marla le hubiera explicado que ella y Oroth
eran hermanos, que el pequeño andoriano había quedado huérfano a muy temprana
edad y que sus padres se habían hecho cargo de él criándolos juntos, habían
empezado a hablar de sus historias familiares, de cómo habían crecido y como
habían decidido ser científicos ambos, de cómo Oroth no quería ingresar a la
Federación y se había decidido por la academia de ciencias de La Tierra,
finalmente había sido asignado como científico civil a la Hood pero su destino
permanente era una estación de análisis espectrográfico del sector Calondris. Él
les contó de su hermana Lynn, de sus años de cadete, de su vida antes del
Enterprise pero se guardó sus fantasías políticas. Cuatro cervezas más tarde
pasaron al synthehol, dos botellas de synthehol después pidieron whisky y su
conversación se hizo aún más amena, los rangos habían quedado atrás hace un par
de vasos de alcohol y ahora eran solo tres personas disfrutando de la compañía
en medio de un barullo general de felicidad que parecía inundar la galaxia de
extremo a extremo. Fue entonces cuando la mano de Marla rozó la suya y le
pregunto qué iba a hacer con su tiempo libre, el balbució como un niño pequeño
algo de ir a visitar a su familia y ella ofreció mostrarle Grecia en todo su
esplendor, le habló de Delos, de su infancia en Mykonos, del taller de cerámica
de su padre, de su madre y su virtuosismo musical y a él le pareció que
probablemente Mykonos era el mejor lugar del mundo para pasar sus primeras
vacaciones en mucho tiempo, probablemente había sido el whisky hablando a
través de sus bocas pero media hora después iban los tres en un transporte
rumbo a La Tierra.
La
isla se encontraba totalmente dormida a su llegada, por lo que Marla ofreció la
habitación de huéspedes al capitán antes de irse a la suya, el recuerdo de la
figura de Marla saliendo de la habitación mientras contoneaba sus caderas se
había quedado fijo en la retina de Harriman, no recordaba nada después de eso
hasta este instante en que se desperezaba en una inmaculada cama blanca. De
fondo escuchaba las gaviotas y el suave sonido repetitivo del mar egeo, Marla lo
había corregido dulcemente la noche anterior cuando él había hablado del mediterráneo.
Se puso de pie y se aproximó a la ventana para curiosear. Estaba en un segundo
piso, desde su ventana podía verse una parte del pueblo, las calles estaban
atestadas de gente que se movía rápidamente de un lado a otro y que hablaban en
una jeringonza que no comprendía, seguramente por la distancia, al final de la
calle se veía una pequeña plaza y más allá se veía el mar. El ambiente era festivo,
parecía que habían llegado en un buen momento.
Un
súbito interrogante surgió en su mente, ¿Como salir de la habitación y
presentarse? No podía decir simplemente “John Harriman, Registro de la Flota
Estelar 279341 al mando de la USS Enterprise”, además ¿cómo iban a reaccionar
los Miranda cuando vieran un desconocido en uniforme de la flota entrar a su
sala?, ahora que lo pensaba no había traído más ropa que ese uniforme. Le
divirtió pensar que se estaba comportando como un adolescente y dejo que esa
emoción llenara su pecho, pero chocó con algo en su estómago, tenía hambre, se
preguntó cuánto podría durar en esa habitación sin comer antes de ser
descubierto, sabía que de hambre no moriría, pero tarde o temprano tendría que
buscar un baño. Con suavidad se acercó a la puerta y puso su oreja contra ella
tratando de percibir el sonido de la casa pero el barullo de afuera le hacía
difícil filtrar los sonidos. Pensó que si él no podía oír con claridad a lo
mejor los habitantes no escucharían el ruido de la puerta, tímidamente tomo la
manija y la giró, la puerta no emitió ningún ruido, papá Miranda debía aceitar
las puertas con regularidad, la puerta giró sobre sus goznes sin que apareciera
el chirrido que Harriman había temido en un principio y se encontró de frente
con un pasillo soleado que daba a un balcón interior, bajo el balcón, en el
primer piso, una espesa vorágine de helechos decoraban una cómoda salita de
café donde se veía una mesita con sus sillas, más allá, por un pasillo interior
se adivinaba una cocina donde parecían haberse reunido los miembros de la
familia. Buscó el sol para tratar de adivinar la hora del día y comprobó con
plena convicción que sus instintos de explorador medieval dejaban mucho que desear,
lo único que podría afirmar es que era de día, no sabía si mañana o tarde, pero
pensaba que aún no había llegado el medio día.
- -Decisiones -
Susurró Harriman mientras miraba a derecha e izquierda buscando la escalera -
Vamos por la derecha.
Empezó
su aventura recorriendo el pasillo para llegar a una amplia biblioteca con dos
sillas de lectura, entre las sillas se veía una mesa de madera con dos copas a
medio beber, los estantes de pared a pared y de piso a techo estaban llenos de
libros perfectamente apilados, se acercó para leer los títulos cuando reparó en
un libro abierto apoyado sobre el asiento de una de las sillas, curioso se
acomodó para ver de que trataba.
- -Religiones y
Civilizaciones - Dijo pensativo.
Al
parecer los Miranda eran unos estudiosos en toda regla. Paso su mano por los
lomos de los libros del primer estante y vino a su mente su primer libro, como
si el tacto hubiera despertado sus memorias más recónditas, El principito,
recordó que hablaba de un zorro y de un rey, pero lo que lo sorprendió fue
reconocer la textura de su lomo por el que había pasado su pequeño dedo índice
a la tierna edad de seis años.
La
biblioteca parecía solo tener una puerta, la misma por la que había entrado, así
que decidió desandar sus pasos e intentar por la izquierda, giro para salir y
casi pierde el equilibrio al encontrar en la puerta de la biblioteca una
sonriente mujer de piel canela de unos 50 años bien llevados que le sonreía, no
sabía cuánto llevaba allí la mujer pero se sintió incomodo por haber invadido
ese espacio.
- - Disculpe, no
conozco la casa y solo buscaba… es decir soy John Harriman… siento esta
intromisión…
Su
voz se entrecortaba y toda la diplomacia que usaba para hablar con especies
hostiles no parecía bastar para enfrentarse a la sonriente mujer de la puerta
que lo miraba entre divertida y curiosa.
- - Se quien es
usted capitán.
- - Por Favor dígame
John, fuera de mi nave solo soy un civil más.
La
mujer sonrió más ampliamente casi a punto de echarse a reír.
- - Muy bien John,
imagino que querrá darse una ducha y comer algo - Harriman asintió tímidamente -
Y a lo mejor querría ponerse algo menos vistoso - dijo mientras se acercaba y
lo tomaba del brazo - Encantada, soy Rene Miranda, la madre de Marla.
Guio
a Harriman por el pasillo, y le indico una puerta que daba a una ducha.
- - Creo que
encontrará muy estimulante la experiencia de ducharse en Mykonos, somos uno de
los pocos pueblos que aun usan agua para el aseo personal, a los turistas les
encanta - Dijo con infantil diversión - Cuando termine puede bajar por aquella
escalera, nos veremos bajo los helechos que vio bajo el balcón.
Así
que había estado observándolo desde antes que entrara a la biblioteca, se
sintió avergonzado a pensar en lo ridículo que se vería en uniforme
escabulléndose fuera de una habitación como un crío, trato de recomponerse y
agradeció a la señora Miranda mientras cerraba la puerta del baño.
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